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viernes, 17 de junio de 2011

Esa sensación de que ya nada te apetece, de que ya no te apetece ni si quiera ser tu misma, ni decir tonterías, ni reírte de la vida, ni sonreírle al mundo... Solo te apetece sentarte delante del mar, en tu perfecta soledad, y esperar, solo esperar. Esperar a que una de esas fuertes y poderosas olas se lleve tus penas, como ya lo habrá hecho con las penas de otros. Esperar a que una de esas olas te devuelva la felicidad y las ganas de vivir... Esperar... Esperar simplemente que el mundo entero te espere en tu momento de libertad, por que un segundo de paz y tranquilidad en tu mundo, solo tu y tus pensamientos, equivale a la libertad que muchas personas necesitan en sus vidas. Tan joven y tan preocupada ya por la vida, tan pequeña en un mundo para el cual el hombre no es más que un corto suspiro, otra de las muchas bocanadas de aire que esta tierra respirará. Si ya la humanidad me parece algo insignificante, yo y solo yo no soy más que una milésima de segundo. Y al contemplar el cielo solo puedo pensar que en esa inmensidad oscura y fría en la que permanecemos, los problemas se tendrían que esfumar fácilmente, como si de polvo fuesen... Ojalá, por un segundo, ojalá, pudiese parar el mundo y arreglar cada error cometido y dibujar las sonrisas que nadie ha dibujado y borrar las lágrimas que todos hemos derramado, pegar los trozos de todos esos corazones rotos, unir esas manos separadas por la vergüenza y repartir bien en este mundo el dinero y la pobreza...

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