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lunes, 11 de abril de 2011

Y quedarme ahí, sentada encima de mi mesa en ese instituto. Verte todos los días. La razón de que me levante cada día con ilusión por verte, el dolor cada vez que te veo, con otra. Sentarme en la mesa, esperando a que me mires, pero aunque estás enfrente ni siquiera te giras. Charlas, ríes, cantas, juegas, escribes. Y yo no puedo dejar de mirarte. No eres el más guapo, ni el más listo, ni el más bueno, pero no puedo dejar de quererte. Odio tantas cosas de ti; odio cuando eres arrogante, odio cuando te flipas, odio cuando me llevas la contraria, odio cuando tocas a otras... Y entonces te acercas a mi mesa con una sonrisa.
-Hola enana. Dame un abracito anda.
Y me abrazas y me olvido de todo. Me olvido de todos tus defectos, me olvido de que ahora toca mates, me olvido de que no estamos solos. Hueles bien, con ese olor que es solo tuyo y te abrazo con fuerza, cierro los ojos pero entonces te separas. Sigues hablando de cosas banales, ya no sé ni que dices, me pierdo en tus labios al hablar, te sonrío. Soy feliz. Pero entonces te das la vuelta y vas a por ella, la abrazas, la besas, le susurras que le quieres.
Y casi no puedo aguantar las ganas de llorar, bueno eso era al principio, ya no duele tanto.. Supongo que se cumple eso de lo que no te mata te hace más fuerte. Cada vez me duele menos, o al menos eso parece, pero en realidad te echo de menos tanto como siempre. Duele mucho tenerte al lado y sentir que estás tan lejos, que no eres mío, no me quieres...
Y aún así no ser lo suficientemente valiente como para separarme de ti, seguir siendo tu amiga, aunque cada vez que esté contigo me sea más difícil separarme de ti, aunque cada vez duela más. Soy demasiado débil, o cobarde, o más bien tonta como para alejarte de mí. Aunque sea como amigo, necesito que estés cerca, más de lo que me gustaría admitir

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